Yolanda vivió entre las brisas y los
relámpagos de su propia vida, la enfermedad de su padre -Juan Arango-, otrora
amante de la música, el buen licor, las mujeres, el ciclismo y galán de la
pulcritud, la decencia y el buen trato con sus semejantes.
Y aunque Juan se fue hace apenas unos
años, su hija lleva en los ojos la nostalgia del amor y la peculiar manera de
buscarla muy a pesar de su fracturada memoria. A sus 71 años de edad, ella se
siente tranquila mientras asume otra etapa de su vida, dejando ir con amor a
quienes fueran foco de sus más grandes afectos en distintos momentos de su
vida: Mamá, Papá, Esposo y Mona -su mascota-, y abrazando lo que le regala cada
día.
El Sacrificio de una Mujer
No es coincidencia encontrar en
Yolanda Arango Panezo, enfermera y docente pensionada de la Univalle, esa
cualidad que distingue a quienes en algún momento de su vida han tomado el rol
de cuidadores. Su entrega venía de tiempo atrás. En su profesión dedicó sin
reparos tiempo vital a un bien mayor. Fue ficha clave en la construcción de
políticas de Salud Pública durante la década de los 70´s y 80´s.
Sus aportes
fueron y siguen siendo apreciados por la Organización Panamericana de la Salud,
OPS y por la Organización Mundial de la Salud, OMS, quienes delegaron en ella
comisiones que le valieron amenazas, persecuciones y ser asilada fuera del
país.
Así tal y como luce ahora, sencilla,
natural, humilde y una mujer de suaves palabras, fue pionera en el estudio y
construcción de bases firmes que dieron pie a movimientos sociales y políticos
de justicia de género y sociales en salud. “Me monté en unos pianos muy
pesados”, dice sonriendo, al respecto.
Yolanda observa con curiosidad cómo
la vida siempre la llevó por caminos que nadie había recorrido antes. Cuando
terminaba sus estudios fue invitada a unirse a un proyecto de investigación en
salud pública en el Chocó, lo que la llevó a escribir y documentar la situación
latinoamericana. Reconocida y motivada por un oficial de Allende asilado en
Colombia, vivió en Cuba becada, con un pago escaso y lejos de su pequeña recién
conformada familia, durante un año y medio.
Recuerda con dolor el gran sacrificio
de dejar a su pequeño hijo, a su esposo y de no haber tenido la oportunidad de
acompañar a su mamá Minita cuando enfermó del corazón y murió faltando sólo
meses para completar su misión en La Habana.
Sin saber que en el futuro su
investigación le daría pautas para sí misma, le fue encargado crear una nueva
propuesta de Salud Pública con respecto al Auto-Cuidado en la salud de las
mujeres desde la perspectiva de género, una nueva línea de trabajo de la OMS
que fue aceptada en 14 países de Latinoamérica. “Hasta ese momento la salud de
la mujer solamente se veía por la maternidad, todos eran programas materno
infantiles, el resto no existía”, asegura con modestia y con la sensación del
deber cumplido.
Perdiendo
al Gran Hombre
Los primeros síntomas de Juan, su
padre, llegaron sin previo aviso. Ella trabajaba en una misión humanitaria en
el eje cafetero luego del terremoto, del 1999 cuando empezó a notar cambios en
su conducta. El hombre que nunca tuvo deudas le empezó a pedir dinero prestado
con alta frecuencia ya que debido a sus olvidos, las cuentas en casa no estaban
al día. Se le sumaban errores cuando conducía, olvidar con frecuencia las
claves del cajero y tener estados de ánimo cambiantes.
Fue justamente la inquietud
investigativa que la caracterizaba la que la hizo tomar la decisión acertada,
opina contundentemente, “buscar ayuda y encontrar a la Fundación Alzheimer en
Cali”.
Acerca de cómo enfrentar la
enfermedad y sus distintas fases asegura que “La gravedad de la situación te va
dando las pautas para poder enfrentarlas, pero esto sobre todo si cuentas con
el acompañamiento de quienes saben y te pueden asesorar. Como lo hace la
fundación, diciéndote: Ojo, que esto va para allá...Sin la Fundación mi vida
hubiera sido un caos, porque yo estaba sola (con su enfermedad)”.
"Sin la Fundación Alzheimer de Cali mi vida hubiera sido un caos, porque yo estaba sola (con su enfermedad)".
Ser
Cuidadora
Estos cambios en su vida se dieron en
la cotidianidad, en las relaciones intrafamiliares, en los gastos crecientes,
en atender repentinos cuadros de enfermedad, en tener que retomar el trabajo
para aumentar los ingresos. Tras dar el primer paso y aclarar el diagnóstico
con la Fundación Alzheimer, durante la primera fase, Juan se pasó a vivir a su
hogar de forma permanente. En casa la atención estaba asociada al cuidado de
una persona mayor: alimentación, prevención de accidentes, acompañamiento,
recreación, musicoterapia, televisión y cortos paseos.
Yolanda recomienda a quien tenga que
enfrentar este duro diagnóstico “Que entienda que va a ser un proceso largo, de
deterioro progresivo. Que su ser querido va a quedar dependiendo totalmente de
quienes lo cuidan. Que no es algo de lo que se va a recuperar con un
medicamento. Que busque ayuda profesional. Si uno no tiene una educación al
respecto le va a quedar muy difícil. Se necesita entender, que nos lo expliquen
y tener acompañamiento durante el proceso. Uno hace negación y piensa que la
persona no va a llegar al deterioro al que puede llegar. Es como un mecanismo
de defensa”.
Contar con apoyo durante los 18 años
en que Juan fue paciente de la institución, ella veía que estaba como en casa,
“Sentirse querido, apreciado, como en su hogar, nunca ignorado sino cuidado en
medio de lo mejor. Nunca pensé en cambiarlo de lugar”.
Una de las estrategias como cuidadora
empoderada fue “combinar la vida de mi papá como una realidad pero también
vivir mi propia realidad. Tener las otras realidades le dieron motor a mi
vida”.
Asumiendo
el Reto Propio del Cuidado
Fue tal vez el dejarse a sí misma de
lado durante los años más fuertes de su profesión, de compromisos, de grandes
responsabilidades, de un duelo por elaborar y de tanto sacrificio lo que en un
momento de su vida la pasó factura sumiéndola durante casi 2 años de una
depresión muy profunda que la confrontó con todas sus emociones “Esos dos años
fueron como estar en el Infierno”.
Años más tarde, ser cuidadora de su
padre también significó una gran inversión emocional que le demandó tomar
medidas para protegerse del desgaste psicoemocional derivado. “Es una
responsabilidad a largo plazo, por lo que se debe tomar distancia,
desconectarse ocasionalmente. Aún con la responsabilidad se deben tomar
espacios para oxigenarse y descansar”.
Como cuidadora buscaba el descanso en
distintas actividades: hidroterapia, escuchar música, hablar con amigas de sus
sentimientos, leer, ir al cine, hacer caminatas, disfrutar de atardeceres,
armonizar ambientes con aromaterapia. La meditación vipassana, una terapia que
estimula la comprensión de la realidad, fue otro de sus recursos.
Acerca de sus rituales de
autocuidado, asegura que todo esto surge más fuertemente a raíz de su divorcio.
“Yo no estaba lo suficientemente entendida de lo que iba a suceder. La
naturaleza me enseñó, me ayudó a darme cuenta de que todo tiene finitud.
Esperar a que otro ritmo vuelva a circular y aprender que todo obedece a un
ciclo. Me ayudó a entender que no siempre todo es felicidad, no siempre todo es
sonrisa, está el dolor, está el llanto, está otra vez la sonrisa, y así lo pude
ir asimilando y superarlo poco a poco”.
Hace 10 años vive sola en su casa en
medio de la naturaleza. Toma clases de baile y se dedica tiempo para vivir lo
mejor posible. Ya divorciada, deja ir el dolor de separarse de sus seres
queridos: su mamá, su papá, su esposo de toda la vida y su mascotica que murió
hace poco.
Quién
fue Juan Arango
Juan Arango ingresó a la Fundación
Alzheimer en 1999 para sus cuidados a lo largo del avance de la enfermedad. Su
diagnóstico fue enfermedad de Korsakof, un tipo de demencia senil generalmente
asociado al consumo frecuente y desmedido del alcohol. Fue uno de los primeros
pacientes de la Fundación. Empezó asistiendo al Centro Día para terapias
acordes con su pérdida de memoria.
Antes de sus primeros síntomas, se había caracterizado por ser una persona con alta autoestima, muy independiente, un comerciante con solvencia económica, de gran sociabilidad entre sus amistades, con marcado gusto por la música romántica y bailarín social asiduo. Durante 15 años fue aficionado al ciclismo recreativo con jornadas largas de entrenamiento y participación exitosa en competencias. Su cordialidad y su alegría hicieron que fácilmente se ganara el afecto de sus cuidadores dentro de la institución.
Antes de sus primeros síntomas, se había caracterizado por ser una persona con alta autoestima, muy independiente, un comerciante con solvencia económica, de gran sociabilidad entre sus amistades, con marcado gusto por la música romántica y bailarín social asiduo. Durante 15 años fue aficionado al ciclismo recreativo con jornadas largas de entrenamiento y participación exitosa en competencias. Su cordialidad y su alegría hicieron que fácilmente se ganara el afecto de sus cuidadores dentro de la institución.
Cinco años después de su primera
visita a la Fundación se hizo huésped de lunes a viernes y unos cuantos años
más tarde, su alojamiento se hizo permanente. En esas últimas décadas tuvo
también varias afecciones de salud como una cirugía ocular, cáncer de próstata
con metástasis óseas y fracturas por caídas. Murió en 2017, debido a
complicaciones en el proceso de deglución, uno de los síntomas avanzados de la
demencia senil.